Como si de repente nos trasladáramos a la Viena de principios de S.XX, Malamén, este pequeño restaurante ubicado en la concurrida calle Blai de Barcelona, nos recuerda demasiado al American Bar de Loos. La opulencia equilibrada de sus materiales se funde con el juego de luces y sombras que inundan el local. Es pequeño, estrecho y largo, pero envolvente y acogedor. Con aires de otra época sin caer en el vulgar vintage tan manido últimamente.
Una larga barra de mármol blanco se impone en el centro del espacio siendo el eje vertebrador. Empieza siendo una mesa de ocho para convertirse propiamente en una barra y acabar con la esquina más deseada. Porque si antaño maldecíamos al camarero cuando nos sentaba cerca de la cocina o los baños, en Malamén exigiremos que nos reserven esa mesa. Ubicada frente a una ventana que nos permite ver el interior de la cocina y el trasiego de platos, así como a los cocineros trabajar con semejante precisión, te dejará totalmente obnubilado.
Pero si hay algo que impacte y sobrecoja en este restaurante, es la pared de espejos que preside el local. Una composición realizada con perfección suiza juega a dar más profundidad multiplicando ficticiamente el espacio. Le da carácter y distinción a través de un tangram reflectante que se convierte en un elemento distintivo del local.
Una larga barra de mármol blanco se impone en el centro del espacio siendo el eje vertebrador. Empieza siendo una mesa de ocho para convertirse propiamente en una barra y acabar con la esquina más deseada. Porque si antaño maldecíamos al camarero cuando nos sentaba cerca de la cocina o los baños, en Malamén exigiremos que nos reserven esa mesa. Ubicada frente a una ventana que nos permite ver el interior de la cocina y el trasiego de platos, así como a los cocineros trabajar con semejante precisión, te dejará totalmente obnubilado.
Pero si hay algo que impacte y sobrecoja en este restaurante, es la pared de espejos que preside el local. Una composición realizada con perfección suiza juega a dar más profundidad multiplicando ficticiamente el espacio. Le da carácter y distinción a través de un tangram reflectante que se convierte en un elemento distintivo del local.
Los detalles abundan y la nobleza de los materiales no se esconde. Dorados y piel se funden con el nogal de la puerta y la estantería principal y, las lámparas, diseñadas para la ocasión, se imponen sin estorbar creando una balsa de luz amarillenta que genera una atmósfera elegante y señorial.
Aunque reconocemos que lo que más nos sorprendió es la polivalencia del espacio, porque las pequeñas mesas a dos encaramadas a la pared son plegables, para que una vez finalizado el servicio de cenas se convierta en un local de copas y adquiera un aspecto de selecto club nocturno. Nunca de un espacio tan pequeño habríamos esperado semejante metamorfosis. Y es que dicen que en tarros pequeños se encuentra el peor de los venenos, pero en este caso es perfume y del bueno.
ARTICULO PUBLICADO EN: OBLICUO
Aunque reconocemos que lo que más nos sorprendió es la polivalencia del espacio, porque las pequeñas mesas a dos encaramadas a la pared son plegables, para que una vez finalizado el servicio de cenas se convierta en un local de copas y adquiera un aspecto de selecto club nocturno. Nunca de un espacio tan pequeño habríamos esperado semejante metamorfosis. Y es que dicen que en tarros pequeños se encuentra el peor de los venenos, pero en este caso es perfume y del bueno.
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